En el gran cuento de Jorge Luis Borges “Funes, el memorioso”, el personaje estaba condenado a una memoria eterna, infinita y completa, donde todo lo vivido, cada detalle, color, sonido o circunstancia, por más insignificante o trascendental que fuera, quedaba registrado en la mente del protagonista.
Esto era vivido como una condena: el proceso de recuperar los hechos y recuerdos podía convertirse en una pesadilla o en un proceso tan complejo por los infinitos detalles, ya que para recordar un día entero tardaba un día completo.
Internet se ha convertido en una inmensa base de datos y el problema es que no sabemos qué ocurre con ellos, cuánto tiempo quedarán en la web, qué uso se puede hacer de ellos o quiénes los ven. Son millones de contenidos que a diario se ingresan y que persisten más allá de las personas que los suben.
Internet, y en particular las denominadas redes sociales, se han transformado en una inmensa memoria colectiva (ajena a sus protagonistas), que crece sin ningún tipo de control por parte de los dueños de esos datos. La imposibilidad técnica de poder controlar el flujo de información es su reaidad actual.
Existen tres factores convergentes que fundamentan estas características:
Primero, la multiplicidad de redes de accesos: por cable, líneas telefónicas de banda ancha, inalámbricas o fibra óptica.
El segundo factor es la cantidad de dispositivos de accesos: computadores, celulares, notebooks y las últimas estrellas del mercado: las tabletas.
Y tercero, lo que retroalimenta y desencadena el proceso de un crecimiento incesante, que es la inmensidad de contenidos existentes, variados y múltiples que la conforman.
Estas características delimitan la situación actual, más de 1.000 millones de accesos en el mundo, contenidos para todos los gustos y la imposibilidad fáctica de una regulación central.
Como usuarios, debemos tener presente que aquello que ingresamos, ya sean fotos, videos o documentos, es muy posible que nunca más podamos darlo de baja.
La pérdida del control sobre ellos puede derivar en que alguien lo comparta, lo copie o lo envíe por mail a otros usuarios, o simplemente lo guarde en su computadora. Lo que implicará la pérdida sobre ese contenido personal.
Podemos pensar que tenemos un control absoluto sobre nuestros datos y no es tan así, lo están demostrando los miles de videos y fotos factibles de apropiación y publicación sin permiso de sus titulares.
Imaginemos que ingresamos una foto a Facebook y que no tiene ninguna restricción de uso (como están configuradas la mayorías de las cuentas), la misma puede ser compartida por los “amigos”, y éstos con otras listas, allí es donde ese control se pierden en forma automática.
La experiencia sobre los pedidos y procedimientos para el retiro es dificultoso y su éxito no está garantizado, a pesar de los daños que muchas veces ocasiona.
Cuando subimos una foto en redes sociales como Facebook o Twiter, o en cualquier sitio alojado en la red, debemos tener en cuenta que esa foto ya no nos pertenece y que es imposible borrarla de la red. Al subir una foto nos exponenos a que sea utilizada para cualquier propósito, desde crear un perfil falso o ser utilizada en un meme.
Con el paso del tiempo cualquier foto puede volver a nosotros transformada en otra imagen que ni siquiera podemos imaginar al instante de subirla. Por ello, debemos pensar (y concientizar a los menores) sobre la necesidad de contar con cierta privacidad y que no es necesario cargar todas las fotos, datos o videos de nuestra vida privada o social, gustos, vacaciones, viajes, familia. Ya que, como imaginaba Borges, la memoria en Internet es infinita, amplia y eterna como la de Funes, el memorioso.
Fuente: Clarín
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