24 de agosto de 2014

Borges y el Día del Lector.

En 2012 se fijó al 24 de agosto como fecha conmemorativa de la lectura. Se homenajea así también el natalicio de Jorge Luis Borges, quien alimentó esa pasión a lo largo de su vida y la transmitió en sus libros. 

El 27 de junio de 2012, el Congreso Argentino sancionó la ley que instituye el 24 de agosto como el Día del Lector, en conmemoración y homenaje al natalicio de Jorge Luis Borges, uno de los escritores argentinos fundamentales de la literatura del siglo XX, quien se enorgullecía, antes que de las páginas escritas (que forman parte ahora del canon de la literatura universal), de lo que había leído. 

Y si el 23 de junio se celebra en nuestro país el Día del Escritor en homenaje a Leopoldo Lugones, en el Día del Lector no se podía recordar a nadie mejor que a Borges, ese fantástico escritor a quien Dios le dio a la vez, “con magnífica ironía”, “los libros y la noche”.

Borges, que concebía el universo como una biblioteca o como un punto mágico (el aleph, esa otra forma de la biblioteca) en el que se concentraban todos los misterios y los tiempos posibles, propuso en sus cuentos, ensayos y poemas toda una reflexión sobre la experiencia de la lectura. Su reflexión sobre la escritura es siempre una reflexión, en el fondo, sobre el proceso de la lectura, pues en última instancia lo que conforma una literatura no es lo que en ella se ha escrito sino los modos en los que esos textos han sido leídos. Esa operación, en la que el oficio de lector adquiere un rango fundante, es lo que explica que, para Borges, por ejemplo, The Purple Land de Hudson sea una de las obras cumbres de la literatura gauchesca. De ahí, seguramente, esa inclinación borgeana por géneros como los prólogos, que tienen que ver con la lectura, o por procedimientos en la escritura que se erigen sobre la lectura o las lecturas de textos anteriores: la cita, la parodia, las reescrituras.

La lectura estaba, para Jorge Luis Borges, ligada absolutamente al goce: una actividad movida por la curiosidad, el placer, e incentivada, a su vez por otras lecturas y por otros  textos.  Nada del orden del deber o de la obligación podían perforar esa relación entre el lector y el texto que él planteaba; ni rígidos cánones, ni anquilosadas retóricas, ni géneros fijos, ni modas literarias podían dirigir el camino siempre individual que cada lector elige para recorrer los estantes de la literatura. Había en las elecciones literarias, como en la vida de muchos de los personajes de sus cuentos, algo del orden del azar, o, mejor, del destino. En esa biblioteca personal, hecha un tanto misteriosamente, está la gran literatura, pero también lo que alguna crítica ha señalado como “literaturas menores” o “géneros menores”, la enciclopedia, la historia, y está también la tradición de los relatos orales, que en fuerza y literalidad no son, para Borges, menores que el Ulises: los relatos heroicos sobre los antepasados familiares que participaron en las luchas por la Independencia nacional, pero también los relatos de gauchos compadritos y malevos (algunos de los cuales llegaron a través de la literatura, otros lo habrán hecho por otras vías) que conformaron la mitología del arrabal que puebla sus textos.


Fuente: Puntouno

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